El día en el trabajo siguió como de costumbre, sin motivos
para cambiar de ánimos, sin motivo alguno para hacer algo diferente a lo
habitual. Levantarse, salir de la cama, cepillarse, bañarse, vestirse,
desayunar, coger las llaves de la moto que cada noche al llegar a casa reposan
sobre la mesa junto a la puerta principal al costado de la única fotografía que
tiene por adorno.
Día a día, el trabajo se vuelve
monótono, salvo los tres últimos días de cada mes, en que todos se vuelven
locos con el inventario mensual, buscando algún responsable del extravío de
algún documento o formato digital que por accidente se eliminó una tarde en que
la secretaria estaba molesta o quizás desilusionada por haber roto con su novio
y por accidente se equivocó al seleccionar los archivos que eran basura de
aquellos de suma importancia.
La mañana empezó fría, más aún
que la noche lluviosa y dejo toda la ciudad con una capa de tristeza y un tono
gris que a media mañana sería amarilla o medio marrón para luego volver al rojo
de la muerte del sol cuando toca el horizonte en medio de los edificios y ver
su reflejo en los leves charcos de agua que salvaron de agotarse con la intensa
ola de calor de la tarde.
Sus pasos agitados se intercalan
con los leves y suaves pasos de los transeúntes que van en dirección contraria,
bailar, llegar a casa, escapar, nuestros pasos nos llevan a donde queramos, nos
llevan a donde incluso no tenemos idea llegar. Pasos que poco a poco
desaceleran, se calman, se acortan, pasos tranquilos, uno, dos, tres, la respiración
agitada da lugar a una más pausada, calmada, algo forzada a detenerse, la
alegría de ver algo que no había visto hace mucho, o mejor dicho encontrar a
alguien que hace mucho no veía, su oportunidad, la esperanza prende de un hilo
y de pronto al girar la esquina, la multitud se detiene de la nada, el camino
se vuelve más amplio, las luces atenúan su silueta, el viento juega con su
cabello y sus pasos continúan constantes uno tras otro. En medio de la
inexistente multitud, dos almas que se encuentran después de una larga
despedida y pocos reencuentros se quedan mirando uno al otro, risas nerviosas,
movimientos torpes que dejaron de practicarse debido a la distancia, pero los
brazos no necesitan que les recuerden como abrazar y de la nada se encuentran entrelazados
uniendo dos cuerpos que parecían distantes y muy cercanos a la vez, su pecho
encaja perfecto en el lugar del palpitante corazón acelerado que no olvida que
se enamoró hace mucho y que aún conserva ese sentimiento intacto en su
interior, mejor dicho mucho más fuerte que ayer.
El cálido abrazo de dos
enamorados que nunca se alejaron, a pesar de la distancia que pudo existir, fue
el conductor de besos, dulces besos que jamás probaron hasta hoy, perfumes que
envolvieron el recuerdo y lo sellaron nuevamente en el corazón lleno de amor y aún
más enamorado que nunca de dos almas que se unen en la multitud vacía del
espacio que los rodea. Los amantes del amor se devuelven las miradas, y de
pronto el reflejo de la felicidad se puede ver en los marrones ojos juguetones
que intercambia miradas con los de su compañero.
Se toman de la mano y con una
señal en medio de sonrisas empiezan su caminar por pasos que ya recorrieron
juntos hace algún tiempo, pero esta vez ninguno soltará la mano del otro.
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