Una salida
Las lámparas de la ciudad empezaban a ser encendidas una por una formando un nuevo camino sobre las calles llenas de personas con elegantes trajes que se dirigían a los teatros o tan solo regresaban a casa después de una larga jornada en sus quehaceres. Los coloridos vestidos de las mujeres se movían al compás del viento y parecían formar un ramillete de flores. Los caballeros dirigían a sus damas a través de la noche con la esperanza de recibir una señal antes de partir. Las damas con rosas y claveles en sus peinados ansiaban un nuevo día.
Entre tanta gente se encontraban ellos, un par de personas similares al resto, similares pero no iguales, sus distracciones eran otras, sus preocupaciones también. Las conversaciones que no tenían tema en especial, las risas y palabras que apresuraban las horas dejándolos con la duda sí solo eso les pasaba a ellos, a cada que veían la hora, se acercaba el momento de partir, tan solo para volver a encontrarse por las cartas que día con día enviaban y recibían de manos del cartero.
Los días se acortaban cuando se sabía que pronto llegaría el fin de semana, el momento de volvernos a verse. Caminaban por las calles de la ciudad como turistas, sin conocer a nadie y sin rumbo fijo, charlando de todo y de nada a la vez. Los silencios no eran eternos porque sus miradas hablaban por si solas, una sonrisa decía más que mil palabras, el ruido de los carruajes se hacía casi inaudible mientras charlaban y reían.
Las campanadas del reloj de la torre principal del parque les recordaba que todo era real, pero también les anunciaba que el día estaba por concluir.
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